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Una voz de alerta

En mi condición de madre, ciudadana y educadora, en el sentido amplio del término, me asalta una preocupación, a las puertas del comienzo de una nueva temporada escolar, particularmente en centros de Educación Básica, Media y Superior. Miles y miles de jóvenes estarán otra vez librando una lucha académica en favor de su futuro y del cumplimiento de sus sueños; es decir, la necesaria profesionalización que les permita sobrellevar una vida digna, sin las afugias que hoy padecen millones de hogares en Colombia, en la Costa Caribe y, sobre todo, en el Atlántico, zona que conozco palmo a palmo por los innumerables recorridos que realicé en mi condición de Representante a la Cámara durante dos períodos.

Escribo esta columna con el énfasis en primera persona, pero soy consciente de que la preocupación es de todos los padres de familia, de la comunidad en general y de todos los que ejercen la docencia; así mismo, de las instituciones educativas que recibirán a ese ejército de estudiantes, adolescentes en su mayoría, que asistirán allí con la esperanza en alto y la ilusión intacta.

¿Y cuál es esa preocupación? Ni más ni menos que el peligro que se cierne sobre los jóvenes a raíz del deterioro de las condiciones externas en las que prolifera el microtráfico, la venta subrepticia de alucinógenos y el ofrecimiento clandestino de la marihuana, amén de otras drogas que se ofrecen al por menor en los alrededores de colegios y universidades por parte de traficantes inescrupulosos que ven allí el mercado ideal para el enriquecimiento y la perversión.

Ellos, los negociantes o delincuentes son conscientes del daño que causan a la juventud con tal degradación, pero no les importa, pues su fin es la obtención de jugosas ganancias a costa de los estudiantes que, en muchos casos caen en sus redes por falta de conocimiento y, en ocasiones, falta de vigilancia de las autoridades. Incluso, a veces por la indiferencia de padres y de educadores que parecieran desconocer un fenómeno que cada día crece más en Barranquilla y el Atlántico.

Se trata de organizaciones criminales que montan estrategias para llegar a su objetivo. En todos los casos se acompaña de un acoso sistemático mediante todo tipo de recursos que seducen a los estudiantes hasta llevarlos a la perdición. Esas estructuras son fáciles de detectar a través de seguimientos de inteligencia, pero es necesario implantar una política permanente, un plan especial y unas acciones eficaces que impidan que en las temporadas escolares de este 2023, y en lo sucesivo, los maleantes hagan de las suyas en torno de esas instituciones en las que debe primar la docencia, el aprendizaje y el movimiento cultural que contribuya al engrandecimiento de la niñez y la juventud.

Este es mi llamado de alerta a las autoridades y padres de familia para que multipliquen esfuerzos en favor de la tranquilidad, de la paz en nuestros hogares y de la no violencia, pues, en el fondo de este drama, subyace la agresión y en muchas ocasiones la pérdida de vidas. El llamado también es a los colegios, para que a través de la educación socioemocional se logre prevenir todo tipo de conductas de riesgo en los que se puedan ver inmersos nuestros niños y jóvenes.

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